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De Indiana Jones y un par de cagadas

 

Estamos en el año 1936. El profesor de arqueología Henry W. Jones Jr., más conocido como Indiana Jones, se enfrenta a los peligros de la jungla peruana, con la intención de recuperar el ídolo de oro de los hovitos de un antiguo templo, al que se accede a través de una cueva excavada en la montaña.

Después de sobrevivir a terribles trampas, «Indy» encuentra finalmente el apreciado tesoro en un altar. Reemplazando éste con un saquito lleno de arena (calcula mentalmente el peso de la estatua, lo compara con el del saco y como no le convence decide eliminar parte de la arena) para prevenir las consecuencias de algún mecanismo peligroso conectado, el intrépido arqueólogo se dispone a abandonar el templo con la estatuilla entre sus manos. Demasiado tarde. El altar se hunde bajo el peso de la arena y una tempestad inmediata de dardos y flechas de todas clases se desata en el acto.

Seguramente, la tribu ficticia de los hovitos a la que se hace referencia en la película a la que corresponden los párrafos anteriores, Indiana Jones en busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), está basada en la real de los chachapoyas (mis sinceras disculpas por la dolorosa cacofonía) que poblaron la región andina del Amazonas, al norte de Perú. Las montañas de los Andes son las más altas del mundo, sin contar el Himalaya, y por eso a los chachapoyas se les conocía bajo el apelativo de «guerreros de las nubes», ya que se creía que alcanzaban a tocarlas con sus propias manos.

Antes de la llegada de los españoles a Perú en el siglo XVI, los incas habían conquistado a los chachapoyas. La capital del imperio inca era Cuzco y, en el centro de esta ciudad, se encontraba un gran templo dedicado al Sol, conocido como «Koricancha», que significa «almacén de oro», donde se guardaban numerosos ídolos sagrados hechos del más codiciado de los metales preciosos.

Cabe, asimismo, la posibilidad de que el templo de los hovitos esté inspirado en el antiguo templo de los chachapoyas de Cuélap, con 600 metros de longitud y situado a 3.000 metros de altitud. Para llegar, la gente debía trepar en fila de a uno por un angosto pasadizo de más de 30 metros de largo y con paredes inclinadas hacia dentro destinadas a defenderse de los ataques incas.

Después de robar y apoderarse del ídolo dorado de los hovitos, Indiana Jones huye del templo. Cuando ya piensa que está a salvo, de repente, una gigantesca roca redondeada se desprende de lo alto de una rampa y comienza a rodar amenazadoramente por el estrecho pasillo por el que sale disparado nuestro arqueólogo más intrépido. Dándoles a las piernas todo lo que sus pantalones de Emidio Tucci le permiten, Indy consigue alcanzar la salida, sano y salvo.

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