La crucifixión de Clint Eastwood


Publicado el martes 4 enero 2011


C. Eastwood: Tacaño. «Cada año exige un pavo congelado a Warner para regalárselo a su madre en el día de Acción de Gracias». Avaro. «Se queda con un coche de todas sus películas, jamás ha pagado en un restaurante». Machista. «En su carrera se ha mantenido la tradición de que sus novias encarnan a prostitutas en el cine». Despreciativo. «No tiene en cuenta a los guionistas. Filma el primer borrador que le llega y a veces no habla con su guionista hasta el estreno. Usa a los amigos, a los que un día deja de llamar como si nunca hubieran existido…»

Llega a España la implacable biografía de Patrick McGilligan sobre el cineasta – El libro alaba al autor, pero critica ferozmente su personalidad.

A Patrick McGilligan se le presupone una piel gruesa, bastante temple. También, grandes dosis de paciencia, olfato de sabueso investigador y mano con la gente. McGilligan es el escritor de algunas de las más soberbias biografías de cineastas: George Cukor, Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Robert Altman, una curiosa, la de Oscar Micheaux, el primer director afroamericano… Pero ¿qué ocurre cuando el objeto en cuestión está vivo? «Cuando escribí el libro sobre Jack Nicholson», recuerda el autor a través de un correo electrónico, «él no colaboró, pero no coartó a nadie para que no atendiera mis llamadas o mis cartas. Con Clint Eastwood fue diferente».

Conforme elabora su leyenda, deja una gigantesca lista de damnificados

El actor demandó al biógrafo por 6,8 millones de euros al sentirse difamado

Y tanto. Clint Eastwood es uno de los grandes del cine mundial, el actor más taquillero en los años setenta y parte de los ochenta, con 31 películas a sus espaldas como director -y ya está en la 32ª, el thriller sobrenatural Hereafter-. A sus 79 años, el hombre sin nombre de la trilogía de Sergio Leone (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo) es un tipo respetado como pocos, una leyenda del cine y un tipo omnipotente en Hollywood. «Empezó como casi todos mis libros, por un encargo. Eso sí, deben de ser artistas grandes o bastante fascinantes, porque les dedico cuatro años. En el caso de Clint yo ya le había entrevistado y conocía toda su extraordinaria carrera. Intuía que había una historia compleja más allá de la versión publicitaria, pero incluso a mí me sorprendió todo lo que encontré».

El resultado es Clint Eastwood. La biografía (Editorial Lumen), que apareció por primera vez en 1999, 800 páginas que McGilligan ha actualizado hasta el pasado otoño. En España se edita el 22 de enero, siete días antes de que se estrene Invictus, el biopic sobre Nelson Mandela que ya es el penúltimo filme como director de Eastwood.

Arrasador, incisivo, documentado, repleto de declaraciones, el libro avanza por la vida del cineasta como un machete en la selva o, como le gustaría más a él, como el detective Harry Callahan un día de revueltas en San Francisco: con contundencia. Clint Eastwood demandó a McGilligan en 2002 por 10 millones de dólares (unos 6,8 millones de euros) y llegaron a un acuerdo extrajudicial. «Legalmente no se me permite detallarlo. Es un ejemplo más de la costumbre habitual de Eastwood a la hora de resolver sus jaleos legales, con lo que mantiene una imagen muy férrea: todos los documentos y papeles judiciales siempre quedan a salvo del escrutinio público. Pero sí puedo decir que no pagué ni un centavo, que quedó claro que no me había equivocado, y sólo tuve que cambiar algunos párrafos en futuras ediciones, como la española».

La chicha: tras rastrear a sus antepasados desde que llegaron a EE UU -el primer Eastwood nace en ese país en 1746-, el biógrafo arranca la apasionante vida de un bebé, Clinton junior, que el día de su nacimiento, el 31 de mayo de 1930, en San Francisco, pesa más de seis kilos. Al contrario que la anterior biografía del cineasta, la única autorizada, escrita por Richard Schickel, un baboso monumento a la adulación, McGilligan va describiendo las andanzas reales de Clint, y no lo que él ha edulcorado posteriormente. Ni era tan rebelde, solitario o introvertido, ni tan diestro musicalmente, ni con talento interpretativo, ni en contacto constante con la naturaleza -su misma madre, la mujer de la que heredó el amor por el jazz, niega que Clint pasara muchas temporadas en el rancho de la abuela, como afirma la mitología oficial-. Tampoco logró los títulos académicos que asegura, aunque sí fue monitor de socorrismo, como Ronald Reagan, Gary Cooper o John Wayne en sus inicios, y se libró de ir a Corea al ser profesor de natación en el cuartel. El libro avanza a través de su salto -sorprendente- a Holly-wood gracias a su porte, 1,92 metros de estatura y todo músculo fibroso, y a su gancho con las mujeres.

Porque, según el libro, las mujeres y la tacañería marcan la vida profesional y artística de Clint Eastwood. Padre de siete hijos de cinco mujeres (se ha casado dos veces), el cineasta sólo ha sido fiel a su actual esposa. Por las páginas desfilan centenares de mujeres… y amigos, a los que el creador usa, exprime y menosprecia. A unas y a otros les olvida igual: un día deja de llamarles y como si nunca hubieran existido.

Implacable, la biografía muestra cómo racanea hasta un aparato de teléfono a su ex, la actriz Sondra Locke, a la que remata en los tribunales. Tacaño, cada año exige un pavo congelado a Warner para regalárselo a su madre en el Día de Acción de Gracias. Avaro, se queda con un coche de todas sus películas y jamás ha pagado en un restaurante. Machista, en su carrera ha mantenido la tradición de que sus novias encarnen a prostitutas en sus películas.

La lista de damnificados es mayúscula, mientras Eastwood construye poco a poco su leyenda: de la serie Rawhide a los spaghetti westerns de Sergio Leone, y su posterior asentamiento en Hollywood. «Me sorprendió», recuerda McGilligan, «que mucha gente quisiera hablar conmigo. Nadie le había entrevistado en los miles de artículos sobre Eastwood. Alguien que le había dirigido en cine y televisión me dijo: ‘Hablaré contigo si prometes no escribir un libro lameculos’. ¡Y yo pensaba que era un íntimo suyo!». Eso sí, hay mucha fuente anónima y miedo. Hasta un profesor de su colegio llamó a la productora de Eastwood, Malpaso, a pedir permiso. No hubo charla.

Recordar su vida es pasear por la peor cara de Hollywood: guionistas menospreciados -labor que nunca le ha interesado a Eastwood, que filma siempre el primer borrador que le llega y a veces no habla con su guionista hasta el estreno-, publicistas mentirosos, abogados destrozavidas… «Eastwood ha batallado duro por controlar su imagen. Es falso eso de que no da entrevistas: hay centenares, pero poquísimas veces con un periodista escéptico. Es un supervendedor de sí mismo, de su imagen y de su cine. Se ha convertido en una personificación de EE UU, y no siempre de sus mejores cualidades».

Nunca ha logrado el Oscar como actor, aunque sí como productor (Sin perdón y Million dollar baby) y director (también por ambas). «Como actor es limitado y ha buscado trabajar con directores que no le han llevado al límite. Como realizador, es extremadamente competente y tiene visión. Pero nunca ha escrito nada y rueda con lo que le cae en las manos, jamás revisa un libreto. No guía a los actores, le suele valer la primera toma y todo lo rodado suele estar en pantalla. No me parece que ésos sean los mimbres de un genio del cine. Me interesa más como actor-auteur que como director, pero en esa faceta crece día a día», dice su biógrafo. Eastwood debe de estar esperándole a la salida.

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